El Jubileo de la Misericordia es el tiempo que prolonga el “año de
la buena nueva a los pobres” abierto por el Señor Jesús como el
mismo lo dijo en la sinagoga de Nazareth explicando el pasaje del
profeta Isaías 61, 1-2, para ilustrar su misión en este mundo. (Cf. Lc. 4, 16-
21). Aquel año del evangelio de la misericordia, atraviesa siglos y milenios
llegando también hasta nuestros días. El «hoy se cumple esta escritura que
acabáis de oír», proferido por Cristo en la sinagoga de Nazareth, viene a
coincidir con el hoy de la Iglesia celebrante.
La economía litúrgica es, de hecho, el modo concreto que Dios ha elegido
para encontrarse realmente con nosotros y que nosotros tenemos para encontrarnos
con El, para escucharlo, responderle y acoger su abrazo amoroso
aquí y ahora. A través de los signos sagrados la fuente de la misericordia
divina llega hasta nuestra existencia y por tanto llega también la gracia que
transfigura nuestra miseria. ¿Cómo experimentar la misericordia de Dios si
no celebramos el memorial de la obra salvífica de Jesús? Aquello que Jesús
realizó una vez sobre las calles de la Galilea y de la Judea, continúa llevándose
a cabo a través de los sacramentos. Esto es suficiente para recordar
que el Jubileo, hoy como ayer, pertenece a la economía sacramental de la
Iglesia.
Considerando la tradición ritual del Año santo, se ve que los elementos particulares
ligados al tiempo (año), lugares (catedrales y santuarios), acciones
(pasar por la puerta santa) y obras piadosas (peregrinaciones, penitencias,
oraciones, obras de caridad), no han estado nunca desligados de la Confesión
y de la Comunión. Se debe por tanto reconocer que, con excepción del
rito papal de la apertura de la Puerta santa y de las prescripciones para obtener
la indulgencia, la ritualidad del Jubileo -especialmente en los últimos
años santos- se refiere a la ritualidad de la Iglesia y además la supone.
Con lo anterior queda claro que este Año Santo de la Misericordia es un
periodo oportuno y favorable que nos concede la Iglesia a través del Santo Padre para experimentar con mayor profundidad la abundancia de la misericordia
divina y esto a través de los signos sacramentales.
Tenemos a
mano los medios necesarios para acercarnos a recibir el favor de Dios –la
indulgencia- a saber: la Confesión sacramental, la peregrinación a los lugares
que ha dispuesto el Señor Obispo en nuestra Diócesis (La Catedral
de La Dorada, la Concatedral de Guaduas, los santuarios de la Palma y de
Chaguaní y los templos parroquiales de Manzanares y san Pedro Apóstol
de Puerto Boyacá), el pasar por la puerta santa de estos lugares sagrados, la
Comunión sacramental, la oración por las intenciones del Santo Padre y las
obras de caridad.
En el hoy de nuestra historia como peregrinos siguen resonando aquellas
palabras del Maestro quien desde la sinagoga de Nazareth inauguró el año
de gracia, el año de la misericordia. Al acoger agradecidos el don de la misericordia
divina, podremos así mismo servir de canal para llevar a tantos
hermanos tristes la alegría de la Buena Nueva, la alegría de la misericordia
de Dios que se manifiesta sobre todo en su perdón amoroso.